martes, 6 de diciembre de 2011

Mundo Precolombino



 Textos e imágenes de (Movifoto S.A., 1968)




IRACA Y RAMIRIQUI

   
 Según una leyenda indígena en el principio y en medio de la oscuridad, no existían sino los Caciques de Sogamoso y su sobrino el Cacique de Ramiriquí, quienes comenzaron a formar a los hombres de tierra amarilla y a las mujeres de hierbas y de tallos huecos y verdes. Después de esta faena el Sogamoso ordenó a su compañero que fuese a las alturas para que, convertido en sol, iluminase el mundo, pero observando que esa luz no bastaba para alumbrar la noche, se convirtió él mismo en el disco de la luna.


BACHUE
 
La laguna de Iguaque fue la cuna del género humano para los chibchas. En el amanecer de los tiempos surgió de aquella laguna una mujer llamada Bachué o Furachoga, que quiere decir mujer buena, con un niño de tres años en los brazos. Bajaron a lo llano en donde vivieron hasta que el niño tuvo edad para casarse con Bachué. Efectuado el matrimonio comenzaron a poblar la tierra de hijos viajando de una parte a otra. Viejos Bachué y su esposo regresaron a la orilla  de la laguna, convocaron a los habitantes de la región, después de sentida plática de despedida y de copioso llanto de su numerosa prole. Bachué y su esposo, convertidos en dos inmensas serpientes, se sumergieron en las aguas. Desde entonces Bachué es considerada como la diosa madre de los chibchas, diosa de la noche, dispensadora de la fertilidad y de la abundancia.



Foto: Mónica López


  



 
EL DORADO


Rito solemnísimo era el baño que el Cacique de Guatavita celebraba anualmente en la laguna de su nombre: Una vez amanecía el día del sacrificio, el Cacique se ungía el cuerpo con resinas, luego se le regaba oro en polvo que se adhería a su cuerpo, quedando resplandeciente y totalmente cubierto del precioso metal. Entraba luego a una balsa preparada para tal efecto y rodeado de algunos sacerdotes se internaba en la laguna. Entre tanto la multitud apretujada en las orillas, cantaba himnos religiosos, ejecutaba música y entonaba plegarias. Cuando el cacique llegaba al centro de la laguna, arrojaba el oro, las esmeraldas y los objetos preciosos, sumergiéndose luego en el agua. En ese instante el pueblo delirante y frenético redoblaba sus cánticos y músicas y arrojaba, también, infinidad de objetos preciosos de oro y esmeraldas a la diosa laguna.

Cuando Sebastián de Benalcázar oyó contar a un indígena la ceremonia del Guatavita, exclamó: “Vamos a ver ese dorado”, dando origen a la denominación y señuelo de El Dorado, que tanto anhelaron los ambiciosos conquistadores.



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